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Una década de La Grieta
Lo recordó Jorge Lanata en la última edición de los Premios Martín Fierro, la fiesta auto celebratoria que organiza la radio y la televisión argentina. El periodista señaló que fue en 2013 y en una reunión similar, que había mencionado por primera vez con ese término a la confrontación fanática que se imponía en la política. Como olvidarlo, ese día cruzamos ideas desde el escenario con Lanata a partir de nuestras visiones distintas sobre el país. Diez años después coincido con él, La Grieta persiste. Sus consecuencias siguen abonando la pelea política, impidiendo la generación de los consensos necesarios para establecer políticas de Estado y, a la vez, contribuye al deterioro de los productos periodísticos. La Grieta, como la calificó Carlos Rottemberg, es un gran negocio y muchos continúan enriqueciéndose con su ejercicio.
Después de aquel contrapunto televisado, Jorge me criticó en su programa de radio. Yo estaba por iniciar un ciclo en Vorterix y recuerdo que hablé con Gerardo Rozín y le conté que estaba amargado por la situación que se había generado. Gerardo me sorprendió con una frase: “es lo mejor que te pasó desde que estás en Buenos Aires” (llegué a fines del año 1998, desde Rosario, convocado por Lanata para trabajar en la revista XXI). Cuando le pedí una explicación me dijo: “si estás convencido que no es ni 678 ni 9,10,11, quédate donde estás parado y laburá desde allí”. De alguna manera, Rozín es el inventor de lo que algunos llamaron después Corea del Centro.
La génesis de La Grieta puede rastrearse en el conflicto que enfrentó al gobierno kirchnerista y a las entidades del Campo en 2008. Hasta la aparición de la resolución 125 la relación entre el grupo Clarín y el gobierno era buena, luego el Multimedios tomó partido por los ruralistas y el gobierno respondió desde la TV pública y pidiendo a empresarios amigos que compraran medios para defender la gestión. Como en un comic infantil, los bandos se dividieron entre buenos y malos, siempre considerando que los malos eran los otros. Por entonces, se empezó a debatir si el período 2003/2013 era “la década ganada” o “la década perdida”. La discusión me parecía absurda y, por esa razón, me empeñé en demostrar la debilidad de las dos afirmaciones. Con la colaboración fundamental de Diego Genoud, armé un libro que cuenta los avances y retrocesos, las virtudes y defectos, la ampliación de derechos y la corrupción, de esa década en diez áreas. El libro se llama Kamikazes, los mejores peores años de la Argentina.
En el prólogo ya planteaba el dilema de cómo contar lo que estaba pasando: “El actual gobierno no es tan bueno como sus funcionarios pregonan ni tan malo como los opositores afirman. Sólo como ejemplo: el kirchnerismo recuperó para la política el centro de la escena, nombró juristas prestigiosos en la Corte Supurema, amplió derechos, impulsó los juicios a los represores y creó millones de puestos de trabajo. Pero también destruyó las estadísticas oficiales, no dominó la inflación, no desconcentró la economía, mantiene una estructura fiscal regresiva, usó la caja para lograr adhesiones y contribuyó a la debacle del transporte público. La disputa por imponer un relato implica la eliminación de los matices. El oficialismo solo quiere escuchar aplausos. Gran parte de la oposición solo acepta los insultos al gobierno. Aspiro a que el análisis riguroso prevalezca sobre las loas y las diatribas.”
Fue una botella al mar sin destinatario posible. La verdad había dejado de ser importante. Se podía mentir y manipular la información, si de esa forma se asestaba un golpe al “enemigo” político. Se habilitó una suerte de vale todo que perdura todavía. En paralelo se consolidó un estilo de comunicación al que denomino “periodismo para la hinchada”. Conductores de televisión y radio que en lugar de informar o analizar la realidad sólo se dedican a confirmar los prejuicios de sus audiencias. En esta lógica, “opinar es más barato que informar”, pero además es funcional al objetivo de agradar a la hinchada. Para unos Cristina es chorra y para los otros Macri es la dictadura. Un catecismo que les permite agradar a los fanáticos y no generar pensamiento crítico. La realidad es según el canal que se mire o el diario que se lea. Y si bien siempre hubo confrontación política con participación de los medios, nunca éstos narraron de forma tan segmentada. Casi como si fuesen portavoces partidarios. (Por cierto, no se trata de un invento argentino, sugiero que vean “The Loudest Voice” la serie que cuenta el ascenso y caída de Roger Ailes, el fundador y presidente de la FOX News).
En Kamikazes hice “una aclaración necesaria” para los que en su lógica maniquea planteaban la idea de “tomar partido” en nombre de supuestos principios o ideas:
El lugar que elegí para contar lo que pasa, y tratar de explicar por qué pasa lo que pasa, de ninguna manera implica renunciar a la subjetividad o a la ideología. No vendo una aparente neutralidad. Aspiro a una sociedad más justa e igualitaria y creo que el periodismo debe contribuir a alcanzarla. Como señaló mi maestro Mario Trejo, sólo me cuido “de la izquierda cuando es siniestra y de la derecha cuando es diestra”. Eso sí, exijo, como emisor y a la vez consumidor de información, no alterar la realidad en nombre de intereses o posicionamientos políticos. Ese principio implica no mentir en nombre “de la causa” y requiere no ocultar la verdad de los hechos aunque lesione las ideas que defendemos o afecte los intereses económicos de quienes nos contratan. Me resulta tan sospechoso el medio de comunicación o el periodista que no critican nunca al oficialismo, como el medio o el periodista que lo critican siempre —o que con su silencio protegen a otros actores importantes del arco político nacional—. La realidad no es binaria sino cambiante y compleja. El peor de los gobiernos tiene aciertos y cuenta con funcionarios honestos y eficaces. El mejor de los gobiernos puede ser autoritario, cometer errores o sostener a funcionarios ineficaces y venales. Todo esto dicho sin ingenuidad: no se puede desconocer que en países como la Argentina actúan y gravitan sectores con tanto o más poder que los gobiernos, y que esos grupos reaccionan cuando perciben sus intereses amenazados.
En la política pasó algo similar. A pesar de las advertencias de algunos dirigentes: “con La Grieta se puede ganar una elección, pero no se puede gobernar”, su lógica es la marca de estos tiempos. La idea de asimilar al otro a la peor de las calamidades, impide la elaboración de políticas de Estado. Nadie pretende que coincidan ideológicamente, no habría alternancia si así fuese y se afectaría la idea misma de democracia, pero el diseño de un plan de desarrollo, la lucha contra la inflación, la resolución de la deuda externa, las políticas para bajar la pobreza o cómo enfrentar al narco crimen, entre otros temas, merecerían una discusión sin chicanas estúpidas. La falta de acuerdos y soluciones a problemas transversales como la inseguridad y la inflación, suman al descontento con el sistema. En ese mar del enojo y el descontento sobran los pescadores inescrupulosos.
La Grieta como está planteada es además un lugar para perezosos y cómodos. Ideal para los que no se animan a pensar críticamente y a disentir con sus audiencias, una plataforma para los amigos de los lugares comunes y los obedientes. El resultado es evidente, sólo beneficia a los que medran con ella.
Se cumplen diez años de La Grieta y no hay nada para festejar.
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