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Adelanto de «El costo de la conexión», de Nick Couldry y Ulises Mejias
¿Cuánto vale un tuit? ¿Cuánto cuesta “estar” en las redes sociales? ¿Cómo se explica el flujo constante (y excesivo) de información en un mundo supuestamente interconectado por la “democrática” Internet? Nick Couldry y Ulises Mejias intentan responder estas y otras tantas preguntas que surgen a propósito de lo que ellos han denominado colonización de datos.
Si el colonialismo histórico anexaba territorios, sus recursos y los cuerpos que trabajaban en ellos, la acumulación de poder del colonialismo de datos es a la vez más simple y más profunda: la captura y el control de la propia vida humana a través de la apropiación de los datos que pueden extraerse de ella para obtener beneficios. Si esto es así, entonces, así como que el colonialismo histórico creó el combustible para el futuro ascenso del capitalismo industrial, de manera análoga el colonialismo de datos está allanando el camino para un capitalismo basado en la explotación de los datos.
El costo de la conexión es una exploración profunda sobre cómo la permanente extracción de información sobre nuestras vidas íntimas está reconstruyendo tanto los mercados globales como nuestras personalidades. Este libro representa un paso enorme hacia la comprensión de la etapa actual del capitalismo, en la cual el insumo definitivo es la información más cruda de la vida humana.
A continuación, un fragmento a modo de adelanto:
El Imperio de la Nube
Todo es gratis, excepto el video que grabamos de usted. Que nos pertenece…Voy a venderle su propia vida.Josh Harris
En 1999, años antes de que se fundara Facebook y justo cuando Google estaba saliendo de un garaje, Josh Harris no solo predijo sino que promulgó el futuro de Internet en un proyecto artístico que llamó Quiet: We Live in Public. Harris era un empresario brillante aunque un poco alterado que hizo una fortuna creando plataformas que integraban contenido de usuario y nuevos medios de comunicación de forma visionaria. Para Quiet, armó un búnker subterráneo donde se instalaron los voluntarios durante un mes en condiciones similares a las de una colmena, con cámaras que grababan todo el tiempo. El alojamiento, la comida y los servicios eran gratuitos. El experimento, que incluía interrogatorios al estilo de la Stasi y mucho sexo, drogas y armas, casi termina en catástrofe, pero no antes de que Harris ideara el credo para el sector de cuantificación social, recogido en la cita anterior.
Avancemos un par de décadas. Según los valores de capitalización de mercado de finales de 2017, si usted es uno de los dos mil millones de usuarios de Android en el mundo (siendo Android un sistema operativo “gratuito”), representa un valor de 363 dólares para Google. Cada usuario de Facebook (que utiliza el sitio web “gratuito”) tiene un valor de 233 dólares para la empresa. Para la empresa matriz Tencent, con sede en China, cada usuario de la aplicación “gratuita” WeChat representa un valor de 539 dólares (al menos antes de la importante caída de sus acciones en 2018). Incluso cuando pagamos por un servicio, los datos que se obtienen de nosotros tienen un valor enorme. Una empresa de telefonía móvil puede registrar la ubicación de un usuario unas trescientas veces al día. Esa empresa puede luego dar la vuelta y vender los datos como parte de una industria que genera 24.000 millones de dólares al año. Josh Harris parece haberse dado cuenta muy pronto de que se estaba creando una infraestructura para un sistema de vigilancia omnipresente pero no visible que cuantificaba la vida y extraía beneficios de ella. Pero, ¿cómo llegó a cristalizarse su visión de forma tan perfecta?
En este capítulo, utilizamos la imagen del Imperio de la Nube para sugerir que, junto con los avances en el poder de coordinación de las tecnologías de la información y de la comunicación, a menudo considerados un progreso, estamos viendo una regresión a formas flagrantes de apropiación que tienen mucho que ver con la lógica económica del colonialismo histórico. Aunque la palabra imperio ha adquirido un matiz hiperbólico, y se recurre a ella como a un significante rápido y conveniente de la explotación a gran escala, la utilizamos aquí de forma intencionada y estratégica como una forma de desentrañar la apropiación organizada y continua de la vida social a través de los datos. A diferencia de las formas anteriores de imperialismo, el Imperio de la Nube no se basa en el deseo explícito, militar y político de un Estado concreto de controlar territorios. Por el contrario, opera de manera más informal y trata de poner toda la vida a disposición de la capitalización a través de los datos, no mediante la fuerza bruta, sino sosteniendo la expansión de los espacios explotables.
Como se ha comentado en el capítulo anterior, el colonialismo de datos es lo que ocurre cuando la vida humana se convierte en un insumopara el capitalismo. Que la vida humana adquiera este estatus particular bajo un sistema capitalista no es extraño ni nuevo. Al fin y al cabo, el capitalismo pretende mercantilizarlo todo, por lo que cualquier cosa, todo, se convierte en un insumo potencial. Pero lo que requiere atención es cómo se define “todo” en cada momento histórico concreto. Lo que es único en nuestro momento histórico, afirmamos nosotros, es que la vida humana, tal y como se organiza a través de las relaciones de datos, se convierte en el insumo directo del capitalismo, una condición que describimos como específica y colonial de un modo nuevo.
Un factor que hace que el Imperio de la Nube sea colonial es el ethos logístico y marcial de la empresa de expansión. El colonialismo requiere una infraestructura que facilite el movimiento de recursos, y lo que hace que el Imperio de la Nube sea colonial es la escala y el alcance de esta red mundial de extracción y distribución, que se gestiona mediante una logística cada vez más sofisticada. Y no debemos olvidar la deuda que el concepto y a veces la práctica de la logística tiene con el espíritu militar.
La circulación sin trabas de los recursos a lo largo de las cadenas de suministro globales es una circulación en la que las corporaciones y los ejércitos se han apoyado unas a otros durante la época colonial. Sin duda, Amazon no necesita su propio ejército, como la Compañía de las Indias Orientales. Pero, como afirma Deborah Cowen, la logística “traza la forma del imperialismo contemporáneo” y, como señala Ned Rossiter, “Cada vez más, la infraestructura logística se gestiona mediante sistemas informáticos de código y software”, es decir, mediante datos. Así, podemos ver las relaciones de datos como parte de un sistema altamente organizado de extracción económica y penetración en el mercado, un sistema fundado en la logística.
Otro factor que hace que el Imperio de la Nube sea colonial es el importantísimo papel que desempeñan las redes corporativas transnacionales para mantener el sistema en funcionamiento. En un entorno así, asistimos a la aparición de lo que Philip Stern denominó “empresaestado”: una corporación con inmensos poderes para regular no solo el comercio, sino también la ley, la tierra y la libertad; en definitiva, para regular la vida. Al mismo tiempo, como señala Immanuel Wallerstein, el capitalismo (y, por extensión, el colonialismo) no puede prosperar sin la participación activa del Estado, que controla las relaciones de producción legalizando (o negándose a regular) determinadas formas de trabajo, como la esclavitud en el pasado o el trabajo temporal o precario en la actualidad. Así, son las poderosas corporaciones que operan en colaboración con los poderosos estados las que están definiendo las nuevas geografías coloniales y construyendo un orden social y económico diferente. El mundo se conquista y se divide de acuerdo con esquemas de larga data pero con nuevos motivos. Está surgiendo un eje claro que refleja las divisiones del poder y la influencia política y económica en el mundo actual, con China y Estados Unidos en los extremos opuestos de ese eje, pero igualmente comprometidos en el descarado colonialismo de datos.
Antes de entrar en más detalles, resumamos la relación entre nuestros conceptos. El colonialismo de datos es el cómo, los procesos extractivos a través de los cuales el capitalismo se apropia de la vida. El sector de cuantificación social es el quién, el consorcio de actores privados y públicos que participan en el colonialismo de datos para lograr sus objetivos financieros y políticos. Y el Imperio de la Nube es el qué, la organización general de recursos e imaginación que surge de las prácticas del colonialismo de datos. Las prácticas colonizadoras del Imperio de la Nube son llevadas a cabo principalmente por el sector de cuantificación social, pero también por segmentos de otros sectores como las finanzas, la ciencia, la sociedad civil y las industrias culturales. Al igual que los imperios antiguos, el Imperio de la Nube se practica y se imagina. Es una totalidad que surge del colonialismo de datos a lo largo del tiempo para lograr la realidad imperial del dominio de las corporaciones sobre la vida a través de los datos.
Cómo surgió el Imperio de la Nube
En el capítulo 1 explicamos algunas condiciones tecnológicas para la aparición del colonialismo de datos. Pero, ¿cómo podemos explicar la aparición del Imperio de la Nube en términos de la propia dinámica del capitalismo? Hay dos maneras de pensar en esto
Una es ver la creación del Imperio de la Nube y el impulso colonial hacia la extracción de datos como respuestas a varias contradicciones (o al menos problemas) dentro del capitalismo de finales del siglo xx.
Problema 1: A medida que aumenta la desigualdad y la mayoría de la gente tiene menos dinero para gastar, el capitalismo necesita encontrar nuevas formas de explotarlos que no impliquen comprar cosas. La riqueza está cada vez peor distribuida, lo que significa que la mayor parte se acumula en la cima mientras la mayoría de la gente experimenta pérdida de riqueza. Si la gente compra cada vez menos cosas, esto puede convertirse en un problema para el capitalismo. Por suerte (para el capitalismo), la cuantificación social introduce un modelo nuevo en el que las personas pueden generar beneficios para las empresas con solo participar en actividades sociales, sin tener que comprar mercancías.
Problema 2: Si, como sostienen algunos, la tasa de beneficios está disminuyendo debido a los avances tecnológicos, la cuantificación social representa una nueva y valiosa fuente de beneficios, al menos en el futuro inmediato. A medida que se introducen nuevas tecnologías en el proceso de producción —o se sustituye a los trabajadores por máquinas e inteligencia artificial—, las cosas se pueden producir de forma más barata, lo que hace bajar los precios y reduce el beneficio que pueden obtener las empresas de la venta de sus bienes. Aunque las opiniones varían en cuanto al efecto que tiene esto en la economía mundial, lo que está claro es que el capitalismo busca oportunidades para maximizar los beneficios, y el sector de cuantificación social representa una apertura, al menos a corto plazo, para explotar nuevas fuentes de ingresos.
Problema 3: A medida que se agotan los recursos naturales, la vida social emerge como la siguiente gran reserva de recursos disponibles para su extracción. Ya no se puede negar el agotamiento de los recursos naturales de nuestro planeta, y el capitalismo necesita encontrar nuevos horizontes de apropiación. El sector de cuantificación social se presenta como una forma “verde” de capitalismo porque produce riqueza poniendo en funcionamiento recursos sociales, no naturales. Dado que los recursos que constituyen los datos de la vida social son simbólicos y no representan riqueza material para las personas de cuyas vidas se extraen esos datos, se podría argumentar, aunque de forma errónea, que las personas no son desposeídas cuando las empresas utilizan esos datos. Sin embargo, el efecto del colonialismo de datos es darles a las empresas el control de los recursos que pueden extraerse de la vida social al instalar en la vida de las personas poderes corporativos y derechos de vigilancia que antes no existían. El resultado es la apropiación de la vida humana por parte del poder corporativo y, por lo tanto, la privación de su agencia independiente, por lo que nos referimos a este proceso como una forma de colonialismo. El colonialismo de datos completa el proceso de apropiación de la vida que inició la expropiación de la naturaleza.
Una segunda explicación de cómo surgió el Imperio de la Nube no hace hincapié en las interrupciones sino en las continuidades. Al final del capítulo 1 señalamos cómo las transformaciones sociales del colonialismo de datos son aún más profundas que las que se derivan de la política y la cultura neoliberales. Mientras que el neoliberalismo ha estado en guerra con aquellas partes de la vida social que quedan fuera del mercado, el colonialismo de datos se apropia literalmente de toda la vida para el capitalismo y, por lo tanto, para los mercados. En este sentido, el colonialismo de datos puede considerarse como una culminación de la ideología neoliberal. En otro sentido, los tipos de cambios que —en Occidente, al menos— defendía o celebraba el neoliberalismo (la “liberalización” del comercio y los mercados, la aparición de los mercados financieros globales y el enorme crecimiento del sector de las finanzas personales) se encontraban entre los prerrequisitos prácticos para el colonialismo de datos. De hecho, las herramientas del colonialismo de datos (como el machine learning o aprendizaje automático) surgieron en parte como soluciones a los desafíos prácticos planteados por la necesidad, por ejemplo, de gestionar las complejas cadenas de suministro globales y los flujos financieros masivamente acelerados.
Las dos contextualizaciones son, en nuestra opinión, importantes. Ya sea que veamos el surgimiento del Imperio de la Nube más en términos de continuidades o como una ruptura decisiva con lo que la precedió, su importancia estratégica en la historia del capitalismo sigue siendo clara.
La Nube: de metáfora a episteme
Los imperios de datos actuales no están necesariamente interesados en la tierra, pero sí en el aire, al menos alegóricamente. Si hay una metáfora que capta la estructura de este imperio naciente, es la de “la nube”. Esencialmente, la computación en nube permite el acceso bajo demanda a un conjunto compartido de recursos informáticos. Como la información se almacena en servidores de terceros, y no en el ordenador del propietario, se dice que los datos viven “en la nube”. Más que una metáfora conveniente y evocadora, el concepto de nube opera a diferentes niveles para ayudar a dar forma a nuestras realidades sociales.
Para entender estos diferentes niveles de significado, podemos comparar las formas similares en las que se utilizan los conceptos de “la nube” y “la red”. El concepto de red (un conjunto de nodos conectados por enlaces) se puede utilizar de tres maneras diferentes. En primer lugar, puede utilizarse como metáfora para describir cualquier tipo de conjunto de actores interconectados. Cualquier cosa, desde proteínas hasta terroristas, está organizado como una red. En segundo lugar, las redes pueden utilizarse como plantilla no solo para describir una forma de organización, sino también para imponerla. Cuando decimos que Facebook es una red social, no solo estamos utilizando una metáfora para describir un grupo de nodos; estamos sugiriendo que esos nodos están organizados de una manera particular por la arquitectura de la red, una arquitectura que facilita algunas cosas y hace otras imposibles. En tercer lugar, el concepto de red puede funcionar como lo que Michel Foucault llamó episteme, una forma de imponer una determinada estructura al mundo para darle sentido. Por ejemplo, pensar que las agrupaciones sociales están compuestas por conexiones que pueden cuantificarse (analizarse, predecirse y utilizarse) es una forma de utilizar una episteme de red para entender e interactuar con algo forzando sobre eso una estructura externa.
El concepto de nube funciona de una forma parecida. La nube puede ser una metáfora para sugerir que los datos están reunidos en un lugar remoto. Puede ser una plantilla para organizar cómo se extraen, almacenan y analizan los datos de manera que puedan gestionarse juntos “en” la nube. Y la nube, especialmente el Imperio de la Nube, puede actuar como una episteme, un modelo de conocimiento que organiza nuestras realidades sociales (incluso las que no están digitalizadas) en estructuras que facilitan su datificación. Cuando decimos cosas como “¡foto o no pasó!” o participamos en memes semanales como #ThrowbackThursday, significa que el modo de entender la vida es envasarla y distribuirla en conformidad con modelos determinados por la dinámica del Impero de la Nube.
Un comprador para gobernarlos a todos
Una de las razones por las que el Imperio de la Nube tiene tanto éxito a la hora de apropiarse de toda la vida humana es porque sus corporaciones más poderosas pueden dominar nuestras relaciones de datos como vendedores y también como compradores. Empresas como Google actúan como monopolios, “vendiéndonos” (a veces proporcionándonos “gratis”) todos los dispositivos o servicios que necesitamos para vivir nuestras vidas datificadas. Pero Google también funciona como lo que los economistas llaman un monopsonio, es decir, el único comprador de todos los datos que producimos (la identificación del monopsonio como la estructura de mercado dominante de Internet fue realizada por uno de nosotros en 2013 y desde entonces se ha convertido en un lugar común). Un monopsonio significa que aunque las herramientas digitales nos han permitido convertirnos en productores en lugar de meros consumidores de medios de comunicación, hay opciones limitadas para elegir en qué plataformas participar. Los miembros de un determinado grupo demográfico que quieran unirse a una red social probablemente se unirán a Facebook, porque es donde es más probable que estén sus amigos. Los que quieren subir videos de gatos se verán más incentivados a utilizar YouTube, porque es donde es más probable que los vean los usuarios; y así sucesivamente. Nosotros, los productores de datos, somos muchos, pero los compradores de lo que producimos son pocos. Una plataforma, en particular, es el medio perfecto para el monopsonio, un medio para producir contenido social para el capital.
El poder de un monopsonio no reside tanto en su capacidad para subir los precios, como en el caso de un monopolio, sino en su capacidad para hacerlos bajar. Bajar los precios podría parecer algo bueno, excepto por el hecho de que la reducción no se consigue reduciendo los beneficios de las corporaciones, sino pagando menos a los que lo proveen o trabajan para el monopsonio. Como no hay otros compradores de la labor de los trabajadores, los monopsonios son capaces de fijar los salarios a su antojo. Por eso, cuando se trata de participar en plataformas, básicamente les entregamos nuestros datos sin costo alguno, aunque sin nuestros datos estas empresas valuadas en miles de millones de dólares (en 2017, Facebook estaba valuada en 434 000 millones de dólares, Snapchat en 35 000 millones de dólares, etc.) tienen poco que mostrar ellos solos. Algunos podrían celebrar el poder que tiene internet de subvertir el capitalismo y descentralizar la producción cultural, pero este poder significa poco si un puñado de corporaciones controla toda la infraestructura de apropiación y uso de datos. La internet, que originalmente representaba un rechazo a los medios de comunicación de masas, se está remasificando. En un día normal, Netflix y YouTube representan la mitad de todo el tráfico de Internet en Estados Unidos, con enormes consecuencias para su capacidad de “comprar” y distribuir contenidos a cambio de dinero o de otro modo. El modelo de difusión “de uno a muchos” de los medios de comunicación de masas ha sido sustituido por un modelo “de muchos a uno”, no por el modelo democrático “de muchos a muchos” que esperábamos.
Los híbridos monopolio-monopsonio que estamos describiendo representan concentraciones masivas de poder. Estas empresas ejercen actualmente un dominio sobre la infraestructura que hace posible la cuantificación social; lo controlan todo, desde los cables submarinos hasta los satélites, pasando por la arquitectura de “última milla” que suministra el servicio de Internet a los individuos. También controlan los entornos o plataformas en los que se generan los datos, el diseño y la producción de los dispositivos a través de los cuales se recogen los datos, y la capacidad de cómputo necesaria para analizar los datos, incluso mediante métodos de aprendizaje automático cada vez más sofisticados que no requieren una intervención humana explícita. Por último, también controlan el contenido. Tanto si es generado por el usuario como si es propiedad intelectual de una empresa, se han establecido mecanismos legales y técnicos para garantizar que estas empresas puedan ser copropietarias, obtener valor de ese contenido o, al menos, controlar su distribución (por ejemplo, empresas como Apple y GoPro se han apropiado de los contenidos generados por los usuarios y los han integrado en sus propias campañas de marketing).
En una era post-Snowden, post-Cambridge Analytica, este tipo de crítica a los monopsonios de cuantificación social ya no es difícil de encontrar. Intentamos ampliar este debate articulando una teoría de la cuantificación social basada en datos como medio clave para instalar un nuevo método de poder económico y social. Lo que queremos decir es que, a través de la dataficación, las interacciones sociales en todas sus formas se convierten en un ámbito en el que se puede ejercer el poder del mercado y se puede extraer valor, a veces a través de medios de trabajo ampliados y otras veces sin ninguna actividad aparente por parte de los dominados, pero siempre bajo la rúbrica de un tipo de apropiación y explotación.
La apropiación y la explotación son las razones por las que creemos que sigue siendo pertinente hablar de colonialismo en la era de los datos. No son rasgos obsoletos de un sistema antiguo, sino relaciones que redefinen nuestra época actual. Marx, en un intento de identificar las características del capitalismo industrial, diferenció lo que intentaba describir de los modos de producción anteriores, incluyendo aquellas formas de acumulación primitiva de las que podríamos decir que incluyen el colonialismo histórico. Pero, como señala David Harvey, el problema de este enfoque es que relega “la acumulación basada en la depredación, el fraude y la violencia a una ‘etapa original’ que se considera ya irrelevante o… como algo ‘ajeno’ al sistema capitalista”. Nuestra tesis es que la acumulación primitiva no precede al capitalismo sino que van de la mano. Seguimos a autoras como Shoshana Zuboff, Julie Cohen y Saskia Sassen en el reconocimiento de una fase emergente de la acumulación primitiva tan única e históricamente significativa que merece ser tratada como una nueva etapa de la historia que llamamos colonialismo de datos.
La lógica del Imperio de la Nube
La extracción de datos, ¿es como la extracción de minerales, riquezas naturales o cultivos comerciales? Las empresas como Facebook y Google, ¿son igual de responsables que las empresas-estado como la Compañía de las Indias Orientales, la Compañía de la Bahía de Hudson o la United Fruit por devastar sus colonias y enriquecer sus imperios? Definitivamente, no estamos argumentando que haya una correspondencia unívoca entre usar una aplicación para compartir fotos de gatos bonitos y participar en un proceso que diezmó los recursos naturales y las poblaciones indígenas de vastas zonas de nuestro planeta. Pero si podemos ver al colonialismo, entre otras cosas, como un proceso que permite a una parte ocupar el espacio vital de otra y apropiarse de sus recursos, subyugándola mediante una combinación de racionalizaciones ideológicas y medios tecnológicos (que incluyen el uso de la vigilancia y la dominación), entonces proponemos que hemos entrado en una nueva fase del colonialismo. Decir esto no es en absoluto olvidar el legado racista, sexista, explotador y eurocéntrico del colonialismo histórico (que, después de todo, sigue dando forma al modo en que nos relacionamos hoy, incluso en línea).
Esta apropiación plantea reorganizaciones muy específicas del espacio. Las máquinas del colonialismo de datos dan forma y moldean el espacio que nos rodea, y crean las nuevas geografías del Imperio de la Nube. Como señalan Lisa Parks y Nicole Starosielski, la propia infraestructura de las redes digitales (los cables, los servidores y las señales que las constituyen) son la encarnación y el medio de la violencia, el conducto a través del cual tiene lugar la extracción. Esta infraestructura sigue muchas de las mismas rutas coloniales de siglos anteriores, estableciendo conexiones verticales entre las colonias y los centros del imperio, donde se acumula la riqueza y donde se siguen formando las élites directivas y técnicas del imperio.
Pero no se trata solo de la continuidad, a través de las infraestructuras digitales, de las antiguas rutas imperiales. Las relaciones humanas y ambientales de producción también siguen siendo típicamente coloniales. Las materias primas para la infraestructura electrónica que sustenta el sector de cuantificación social siguen procediendo de África, Asia y América Latina, y el 36% del estaño y el 15% de la plata de la Tierra se destinan a la fabricación de productos electrónicos. El uso masivo de energía se traduce en contaminación que, junto con el vertido de residuos tóxicos de la industria electrónica, sigue afectando a las comunidades pobres de forma desproporcionada (en 2007, el 80% de los residuos electrónicos se exportaban a países en desarrollo). Y gran parte de la mano de obra necesaria para el sector de la cuantificación social sigue estando en lugares como Asia, donde es abundante y barata. En China, el fabricante Foxconn, responsable de casi la mitad de la producción mundial de electrónicos, cuenta con una gigantesca plantilla de un millón de trabajadores que son dirigidos en condiciones de tipo militar. Mientras tanto, gran parte del penoso trabajo de moderación de contenidos de las plataformas (eliminación de imágenes violentas y pornográficas) se realiza en lugares como Filipinas.
Escrita por: Nick Couldry y Ulises Mejias
Publicada por: Godot
Fecha de publicación: 06/01/2023
Edición: primera
ISBN: 9789878928166
Disponible en: Libro de bolsillo
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